Para comenzar, digamos que todos tenemos complejos psicológicos y que no son, necesariamente, negativos. La mala fama les viene porque es común asociarlos, peyorativamente y casi de forma exclusiva, con el “complejo de inferioridad”. Trataré de explicar en las siguientes líneas qué es un complejo y por qué es importante reconocerlos en nuestras vidas.
Un complejo es un patrón de reacción, una forma típica de actuar frente a estímulos de características semejantes. Cuando un complejo se activa se despierta una emoción, algunas ideas comienzan a aparecer y el organismo se prepara a dar una respuesta. Todo este proceso ocurre de forma muy rápida y automáticamente. No es algo que la persona evoque a partir de un esfuerzo o de un acto de voluntad, es una reacción autónoma que pareciera tener su voluntad propia.
Los complejos se comienzan a formar desde los primeros días de nuestra vida. Poco a poco, a partir de las relaciones que un infante va teniendo con sus cuidadores y luego con otras personas, se van conformando patrones típicos de reacción. Así, sin percatarse, las personas van aprendiendo estilos de relación.
Por ejemplo, pensemos en una persona joven que llega a un trabajo y conoce a un nuevo jefe; inventémosle un nombre al ejemplo y llamémosle al joven Pedro. Pedro, al conocer a su jefe, se pone muy nervioso y, al poco interactuar con él, se forma la opinión de que es un tipo desagradable de quien hay que desconfiar. ¡Y eso ocurre sin conocer realmente al jefe, quien, en realidad, es generalmente cordial y justo! Por ser el primer día y querer dar una buena impresión, Pedro logra ocultar su malestar y se muestra amable pero, con el correr del tiempo, Pedro comienza a comportarse de una forma poco amigable e incluso hostil. En el caso de otras persona, la situación podría ser la inversa: la persona puede ser excesivamente confiada y encontrarse siempre en situaciones donde gente se aprovecha de ella.
En su pasado, Pedro tuvo que lidiar con figuras de autoridad abusivas, lo que lo predispuso negativamente. Estas experiencias contribuyen a que Pedro no logre establecer una buena relación con sus jefes, lo que le perjudica laboralmente y, a su vez, también repercute en su vida familiar.
Los complejos no son, en sí mismos, ni buenos ni malos, sino que dependen del contexto en que se presenten. Frente a un jefe abusivo el complejo de Pedro puede resultar protector pero, como con frecuencia se activa de forma indiscriminada ante cualquier figura de autoridad, muchas veces resulta inadecuado. Los complejos son factores estructurantes de la personalidad y solo son patológicos cuando su acción permanece inconsciente, actuando así de forma automática, rígida y compulsiva. Esta autonomía solo disminuye cuando han sido hechos conscientes, se han elaborado racional y emocionalmente.
La reacción más común frente a un problema de relación, ya sea con un jefe o la pareja, es echarle la culpa al otro. Pero los complejos siempre están presentes en los contactos que se establecen con otras personas. Conocer los complejos propios es un paso fundamental para comprender nuestras relaciones con amigos, familia y de trabajo.
Es conveniente intentar evitar que los complejos se apropien de sus relaciones y tomen control de su vida. En la medida que se sea consciente de los complejos propios se puede evaluar mejor una situación y desplegar, voluntariamente, acciones más apropiadas. Una mayor comprensión de uno mismo da mayor libertad y abre nuevas vías de desarrollo personal. Por supuesto, esto es más fácil decirlo que hacerlo. El reconocimiento del pasado en la vida actual, la conciencia de la responsabilidad propia en los problemas de pareja y el cambio de actitudes es un proceso a veces doloroso y con frecuencia difícil. Muchas veces, la orientación de una persona externa, un terapeuta o un amigo criterioso, es un espejo que ayuda a mirarse mejor a uno mismo.