Somos inmigrantes… y de una cepa particular. Ha sido un gran salto desde nuestras tierras Latinoamericanas al “Lejano Oriente”.
La migración se encuentra a lo largo de toda la historia de la humanidad y ha contribuido al desarrollo de la civilización. Una gran capacidad de adaptación ha permitido que las personas se desplacen a distintos lugares y prosperen. Pero ningún cambio se da sin dificultades; menos el cambio a una cultura tan distinta como la de Japón. Migrar demanda una gran capacidad de desapego y flexibilidad de la personalidad.
Duelo migratorio
Todo cambió implica que algo ya no está disponible o que, simbólicamente, muere. La adaptación a un nuevo país es un proceso en que las personas deben convivir con la añoranza por lo que dejaron atrás y, al mismo tiempo, lidiar con las exigencias de la nueva vida. Las dificultades son diversas y todos quienes leen este artículo en Japón, sin duda, las pueden enumerar sin dificultad. Psicológicamente, frente a las pérdidas, se vive una especie de duelo al que se suman otras formas de estrés intrínsecas al proceso de adaptación.
En general el duelo tiene un desarrollo conocido: inicia con una cierta confusión; pasa a una etapa de anhelo y búsqueda; luego a una fase de desorganización y desesperación; y, cuando el duelo se resuelve exitosamente, la última etapa es la reorganización. Este modelo general es una referencia útil pero, para muchos migrantes, una primera etapa se caracteriza por un cierto interés y excitación ante las nuevas experiencias. Además, en el duelo migratorio el lugar de origen y sus personas, aunque lejos, todavía existen y siempre está la posibilidad de regresar temporal o definitivamente. Un duelo más o menos superado se puede reactivar luego de visitar el país de origen. El duelo del migrante es múltiple porque son muchas las personas y situaciones que “se pierden”. Aunque, como saben las personas que han sufrido la muerte de una persona amada, hay algo de la experiencia vivida que en realidad nunca se pierde y que nos acompaña en nuestros recuerdos y sobre todo en nuestra forma de ser.
Pero, en general, el proceso de adaptación de un inmigrante incluye excitación, nostalgia, confusión, y finalmente, el sentimiento de tener un nuevo hogar. Estas emociones no transcurren necesariamente de forma ordenada y lineal, es decir, puede haber progresos y regresos.
Efectos
Como seres sociales, la ruptura de vínculos interpersonales y el desarraigo de un entorno conocido generan tensión. Es esperable que los migrantes experimenten algunos síntomas de estrés como dificultades para dormir, malestares físicos, fatiga, tristeza y ansiedad. En la medida en que estos síntomas no ocasionen perturbaciones funcionales importantes y vayan, poco a poco, cediendo, la adaptación sigue un curso normal. Si, por otra parte, los síntomas son muy severos, impiden el funcionamiento productivo y perduran demasiado tiempo, pueden evolucionar en problemas mentales más graves, tales como un trastorno depresivo, ansioso o en el abuso de drogas. También hay situaciones en que las personas, incluso después de muchos años, si bien son capaces de funcionar, mantienen una actitud ambivalente y guardan emociones negativas que afectan su bienestar.
Todos los inmigrantes experimentan, en cierto nivel, los estresores derivados del desarraigo. Sin embargo, hay condiciones más difíciles que otras y las personas traen también distintas fortalezas y vulnerabilidades que entran en juego en el proceso de adaptación. Dentro de la comunidad y de la familia es importante reconocer que existen distintas formas de reaccionar y es conveniente escuchar y apoyar a quienes se ven más afectados en un momento específico.
Recomendaciones
Algunas recomendaciones para prevenir complicaciones en la adaptación: aprender a reconocer y a auto-regular la tristeza; reconocer el cambio como una oportunidad de crecimiento; conversar con otras personas que han pasado por una experiencia similar; plantearse metas a corto plazo, concretas, que sean alcanzables y que puedan proporcionar un sentido de progreso; aprender a disfrutar el momento y apreciar las bondades del país en que se vive; hacer esfuerzos por aprender la nueva cultura; vincularse con la naturaleza y sus ritmos; vincularse con fuentes de sentido y significado para la vida; no perder el aprecio por los aspectos positivos de la cultura de origen y utilizar la tecnología para mantener vínculos con las personas importantes que viven lejos.
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