Es un dicho popular que “los hijos nos son prestados”. El dicho apunta al hecho de que su tierno bebé un día será un adulto que buscará su propio destino. Por esta razón, una de las principales tareas de los padres es educar a sus hijos para que puedan vivir independiente en comunidad.
Lamentablemente, algunos padres, la mayoría de las veces sin percatarse, desalientan la independencia de sus hijos. Hay madres tan abnegadas que hacen todo por sus hijos, pero con ello impiden que aprendan, por ejemplo, a llevar las tareas domésticas de un hogar. O en otras ocasiones una preocupación inadecuada o excesiva de los padres los hace estar demasiado pendientes de todas las actividades de los hijos, a fin de facilitarles las tareas y evitar cualquier riesgo y frustración. Tal vez en el peor de los escenarios, hay padres que, consciente o inconscientemente, no permiten que sus hijos logren su independencia porque así los mantienen cerca.
Existe evidencia de una relación entre el funcionamiento autónomo de las personas y su bienestar. Las personas autónomas toman más decisiones según sus preferencias; con mayor frecuencia se sienten competentes y experimentan mayor satisfacción. Por el contrario, adultos sanos pero dependientes manifiestan un menor sentido de logro, mayores niveles de ansiedad y de frustración.
En la evolución humana se ha establecido un circuito entre la ejecución autónoma exitosa y un sentido de satisfacción. Existe una tendencia natural a ejercer un control autónomo de ciertas acciones. Algunos niños pequeños ya se esmeran, a veces con obstinación, en hacer por sí mismos ciertas actividades. Esta tendencia continúa y, en muchos casos, se intensifica en la adolescencia. Es importante entonces, reconocer este impulso y ayudar a que se fortalezca.
Una persona independiente no es necesariamente egoísta; los valores son determinantes para orientar las decisiones. Los valores hacen referencia a ideas respecto a las formas correctas de comportarse. En Japón, por ejemplo, tradicionalmente ha existido un sistema de valores que enfatiza el bien común. En nuestra cultura de origen, el amor al prójimo es también un valor destacado. Y de por aquí y allá: el respeto a los mayores, el cuidado de la naturaleza, la disciplina, la importancia de la familia y la libertad, entre otros. Por lo tanto, en la medida en que en el seno familiar se enseñen estos valores, sobre todo con el ejemplo, los jóvenes tendrán una buena referencia para tomar sus propias decisiones. El proceso de internalización de los valores y normas se facilita cuando ocurre en un ambiente que permite la independencia en la forma de pensar, la argumentación y se evita el autoritarismo.
Además, los padres pueden contribuir al desarrollo de las capacidades cognitivas necesarias para un funcionamiento autónomo: ayude a sus hijos a encontrar alternativas de respuestas frente a un problema; apóyelo para que sopese aspectos favorables y desfavorables de las opciones; consideren posibles reacciones en caso de que las cosas no resulten bien; manténgase atento y ofrezca retroalimentación respecto al proceso de toma de decisiones de sus hijos. Es conveniente ejercitar estas habilidades de acuerdo con la edad, con los más pequeños con asuntos simples y concretos, a medida que vayan creciendo las tareas pueden ser más complejas y de consecuencias más relevantes.
Para ayudar a su hijo a desarrollar su autonomía cree oportunidades que le permitan tomar decisiones y experimentar sus consecuencias. Un ejemplo sencillo, un fin de semana, cuando tengan tiempo en familia, puede pedir a sus hijos que opten entre dos alternativas de almuerzos que usted disponga y, luego, entre dos simples tareas para ayudar con la preparación. Preocúpese por minimizar los riesgos, pero permita que sus hijos experimenten dificultades, al mismo tiempo que se mantiene disponible para dar su consejo cuando se lo pidan; acepte la posibilidad de que el resultado no sea el que usted esperaba, valore el esfuerzo y ayúdelos a aprender de sus errores. Respecto a las labores del hogar plantee que son una responsabilidad compartida y otorgue tareas según la edad.
Finalmente, también es importante reconocer que hay ambientes más peligrosos que otros y que, por lo tanto, el control paterno puede variar según las circunstancias. En cualquier caso, es necesario establecer reglas claras y las consecuencias que se derivan al traspasarlas. Simultáneamente, es clave que los padres mantengan una actitud amorosa para explicar las razones tras las normas, además de una disposición para escuchar a sus hijos, que favorezca el diálogo y la negociación, cuando y en la medida de lo que sea posible.